Enya: la voz que habita en los paisajes del silencio

 


Una bruma densa cubre la costa de Gweedore, un rincón remoto del condado de Donegal, en Irlanda. Allí, entre acantilados y colinas verdes que parecen flotar entre la niebla, nació Eithne Pádraigín Ní Bhraonáin, la mujer que el mundo conocería simplemente como Enya. Corría el año 1961, y aunque nadie lo sabía entonces, una de las voces más etéreas y distintivas de la música contemporánea había llegado al mundo.

Enya no tomó el camino de la fama convencional. Mientras el pop se debatía entre la estridencia y la extravagancia, ella optó por el susurro, por el eco, por la música que parece llegar desde otra dimensión. Criada en una familia profundamente musical —los Brennan, conocidos por la banda Clannad—, Enya comenzó a formar parte del grupo familiar en los años 80, aunque su estilo más introspectivo y su deseo de independencia artística la llevaron pronto a tomar otro rumbo.

Fue su colaboración con el productor Nicky Ryan y la letrista Roma Ryan lo que dio inicio a la alquimia sonora que definiría su carrera. Enya no solo cantaba, componía y tocaba múltiples instrumentos; construía capas y capas de armonías vocales sobre teclados etéreos, creando paisajes sonoros que desdibujaban las fronteras entre la música celta, la electrónica ambiental y lo clásico. Su primer álbum, Enya (1987), fue un experimento que atrajo atención, pero fue Watermark (1988), con su inolvidable tema "Orinoco Flow", el que la catapultó al estrellato global.

Desde entonces, Enya ha seguido una trayectoria atípica pero sólida. Cada uno de sus discos —desde Shepherd Moons hasta And Winter Came...— ha sido un acontecimiento, a pesar de su rechazo a las giras, a las entrevistas frecuentes y a la vida pública. Enya ha vendido más de 80 millones de discos en todo el mundo sin haber hecho un solo concierto en vivo como solista. Su arte se ha basado en la reclusión, en el perfeccionismo y en una visión muy clara de lo que quiere transmitir: una experiencia introspectiva, casi espiritual, que conecta con algo ancestral y al mismo tiempo atemporal.

Vive en un castillo a las afueras de Dublín, un símbolo perfecto de su leyenda: aislada, misteriosa, pero completamente real. Enya no necesita del ruido para hacerse oír. En su universo, el silencio tiene voz, y esa voz, en múltiples idiomas —inglés, irlandés, latín, incluso sindarin y quenya, idiomas élficos creados por Tolkien—, sigue resonando como un susurro inmortal en los oídos de millones.

En un mundo que cambia vertiginosamente, Enya permanece. Tal vez porque su música no pertenece al mundo que corre, sino al que sueña.